Vida a bordo


Cuando no navegas de noche ir en barco es como ir de camping. Cada noche buscas un lugar donde parar la caravana.

Llamas con la radio en el canal 9 a la marina del puerto y reservas una plaza de amarre. Una vez en puerto en el precio (nosotros pagabamos sobre 50€) están incluidas las duchas, internet y la conexión de agua y electricidad. El ambiente de los baros es un poco más elitista que en un camping pero también hay mucho hippie náutico que sobrevive gastando poco.

Una vez tienes el barco con las velas bajadas, los cabos amarrados al pantalán y has hecho todo el papeléo en la oficina del puerto llega la hora de cenar.

Desde pequeño siempre me ha dado mucho respeto ir a casas ajenas a comer. No sabes que te van a poner y a veces por educación te lo tienes que comer aunque no te guste. En general mis peores temores gastronómicos nunca llegaron a producirse y nunca llegué a encontrarme con una comida que no pudiera tragar...

Viajando en barco eso no pasa, tienes tanta hambre que cuando llega la hora de la cena te comes lo que sea.

Reconozco que al no estar acostumbrado a la gastronomía inglesa algunas comidas fueron un shock (alubias con queso fundido, panceta, huevo frito todo el un bol de cereales podría ser un buen ejemplo). De todas formas el té que hacían en el barco es el mejor que he probado nunca.

Al llegar a La Coruña obtuve mi venganza, los llevé a comer pulpo. Yo pensé que les iba a gustar. ¡Vaya caras que pusieron al ver los tentáculos!